La Vida del Apóstol Pedro: Un Cristiano como Tú y como Yo (Pt. 2)

Representación del apóstol Pedro predicando con denuedo y poder a la multitud en Jerusalén el día de Pentecostés.

Last Updated on noviembre 14, 2025 by Anthony Molina

En la publicación pasada ahondamos un poco en la vida del apóstol Pedro: vimos su origen, el llamamiento que le hizo el Señor, su lugar entre los apóstoles, sus dos grandes declaraciones y su negación. Hoy veremos a Pedro después de la muerte del Señor y de la venida del Espíritu Santo. Quiera Dios que podamos ser edificados con la transformación que solo Él puede dar a través del poder de su Santo Espíritu.

PEDRO TRAS LA MUERTE DE JESÚS

A pesar de lo visto en la primera parte, gracias al Señor la historia no termina aquí. Curiosamente, en los evangelios no se vuelve a hablar de Pedro sino hasta después de la resurrección, cuando corre al sepulcro después de que María Magdalena lleva la noticia a los apóstoles. Y cuando ningún discípulo creía, es Pedro quien sale corriendo junto con Juan, quien, siendo más joven, llega primero. Sin embargo, Juan no entra y, como es característico de nuestro personaje, Pedro entra primero. Impetuoso como siempre, pero aun así, no encuentra más que los vendajes y el sudario del Señor. Cabe resaltar que Juan, después de ver el sepulcro vacío, creyó. Esto no se dice de Pedro.

El segundo evento que menciona al apóstol es, según 1 Corintios 15:5, que la primera persona a la que se le apareció el Señor resucitado fue a él, haciéndolo así el primer testigo de la resurrección. En Juan 21:15-17 se muestra uno de los eventos más importantes en la vida de Pedro después de la negación: su restauración. Aquí, el Señor lo restaura completamente para que pudiera ejercer el ministerio que le habría de encomendar.

Es significativo que las preguntas que Jesús le hizo a Pedro en este pasaje fueran en público, buscando restaurar aquella proclamación, también pública, de que moriría por Él, cuando claramente no fue así. Es también notable el número de veces que le preguntó si lo amaba. ¿Acaso Pedro no lo había negado también tres veces? Claramente, el espíritu de este pasaje es la restauración plena del apóstol.

Jesús resucitado restaurando a Simón Pedro junto a una hoguera en el Mar de Galilea, después de su negación.
Representación de la escena de Juan 21, donde Jesús restaura al apóstol Pedro. La imagen simboliza el perdón, la gracia y el nuevo llamado al ministerio, un punto clave en la transformación de Pedro. – Foto: IA Gemini.

Esto nos lleva al segundo evento más importante en la vida de Pedro, y también de todo el pueblo cristiano: Pentecostés. Para abarcar este evento, pasamos al libro de los Hechos, en el cual Lucas le da a Pedro la prominencia de ocupar la primera mitad del libro (hasta el capítulo 15), ya que después se enfoca en el avance del evangelio entre los gentiles a través del apóstol Pablo. [1]

Antes de comentar este evento, es importante resaltar que, desde el primer capítulo de Hechos, se muestra a Pedro como el líder de la iglesia primitiva. Por ejemplo, en el capítulo 1, es él quien guía en oración a 120 personas para elegir al apóstol que reemplazaría a Judas. En el capítulo 2 ocurre Pentecostés, donde vemos cumplida la promesa del profeta Joel. Vemos cómo estas personas son llenas del Espíritu de Dios y, acto seguido, Pedro, lleno del Espíritu Santo, es el primero en predicar con denuedo el mensaje del Evangelio. Ante esto, se convierten 3,000 personas. ¿No es esto un gran contraste con la vida anterior de Pedro? ¿Acaso el mismo que negó a Cristo ante una criada no predica ahora abiertamente ante una multitud en la que había miembros del sanedrín? Definitivamente, el cumplimiento de la promesa del derramamiento del Espíritu Santo partió la historia de la Iglesia en dos.

El apóstol Pedro predicando con denuedo y poder a la multitud en Jerusalén el día de Pentecostés, con una llama del Espíritu Santo sobre él.
Representación de la transformación del apóstol Pedro. La imagen captura su predicación audaz en Pentecostés, mostrando el poder del Espíritu Santo que lo convirtió del hombre roto al líder restaurado de la iglesia primitiva. – Foto: IA Gemini.

A continuación, en el capítulo 3, Pedro, acompañado de Juan, proclama las palabras que obran el primer milagro realizado por el poder del Espíritu Santo, para después aprovechar el evento y predicar el evangelio. En el capítulo 4, vemos visiblemente el denuedo y la valentía de Pedro ante los gobernantes y Caifás, el sumo sacerdote de la época. Claramente, vemos un gran avance en su ministerio. En el capítulo 5, se repite la actitud demoledora del apóstol, quien poderosamente enfrenta el engaño de Ananías y Safira, mostrando que el Señor estaba con él a tal punto que sanaba a los enfermos solo con su sombra. Aquí también vemos cómo enfrentó al concilio, sin temor a ser azotado, como finalmente sucedió.

Ya en el capítulo 10, vemos a un Pedro que, a pesar de la lucha interna por su tradición judía, ahora se somete a la palabra del Señor y va a predicar el evangelio a un gentil llamado Cornelio, siendo así una herramienta para que el evangelio llegue a toda carne. Más adelante, en el capítulo 12, se habla de él nuevamente, mostrando la gran oposición del rey Herodes (Agripa I), que mata a Jacobo, hermano de Juan, y encarcela a Pedro con el fin de darle el mismo destino. Sin embargo, el Señor lo libró por medio de un ángel. A partir de aquí, no se vuelve a mencionar a Pedro sino hasta el capítulo 15, donde hace su última aparición en Hechos, en el Concilio de Jerusalén. Allí se marca un precedente definitivo que libra a los gentiles de algunas prácticas judías.

Después de esto, Pedro es mencionado en algunas ocasiones en la carta a los Gálatas, donde Pablo lo describe como el primer apóstol que encontró cuando visitó Jerusalén. Además, Pablo también describe a Pedro, junto con Santiago y Juan, como una “columna” de la iglesia de Jerusalén. Ya en el capítulo 2, se menciona nuevamente a Pedro aceptando que Pablo se dirija a los gentiles y él a los judíos. Sin embargo, más adelante hay un altercado entre ambos, porque nuestro protagonista estaba apartándose de los hermanos gentiles cuando llegaron algunos judíos de parte de Santiago. Este acto de hipocresía afectó profundamente a Pablo, a tal punto que lo reprendió en público.

En las cartas de Pedro vemos a un hombre ya avanzado en edad que escribe (por lo menos la primera carta) desde Roma, basándonos en su declaración de que está en “Babilonia” (1 P. 5:13). También podemos concluir el relato mencionando que muchos consideran que el evangelio de Marcos es, en esencia, la predicación del apóstol Pedro. Igualmente, se considera que murió en Roma bajo la persecución de Nerón. [2] Según Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica, quien cita a Orígenes, expresa:

Pedro pidió ser crucificado cabeza abajo por no considerarse digno de morir del mismo modo que su Señor. [3]

La crucifixión invertida del apóstol Pedro en Roma, un testimonio final de su fe y devoción a Cristo.
Representación del martirio de Pedro, según la tradición de la iglesia. La imagen de su crucifixión cabeza abajo simboliza su humildad y la culminación de una vida transformada por la gracia de Dios. – Foto: IA Gemini.

EL IMPACTO DEL APÓSTOL PEDRO EN NUESTRA VIDA

En muchas ocasiones podemos vernos reflejados en el apóstol Pedro, pues nos dejamos llevar por el ímpetu de la pasión para luego darnos cuenta de que, a pesar de hablar con sinceridad, no lo habíamos hecho con sabiduría. El apóstol es un mar de contradicciones que nos sirve de espejo para moldear nuestra vida cada vez más a los pies del Señor. Es evidente que en su vida se distingue claramente la transición entre el antiguo y el nuevo pacto, marcada por Pentecostés. Esto no quiere decir que antes no mostrara desarrollo como líder, pero es claro que, después de su negación, ya era un hombre diferente. Su respuesta a Jesús fue humilde y sin presunción. El antiguo Pedro hubiera exclamado a gran voz que amaba tanto al Señor que daría su vida por Él. Sin embargo, en su restauración ya podemos evidenciar un cambio en su carácter.

Esto muestra una evolución en su liderazgo. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en cómo debió haberse sentido en aquellos días entre la muerte y la resurrección de Cristo, sobre todo por esa mirada final del Señor, que debió retumbar en su cabeza por mucho tiempo. Ciertamente, esto debería estremecernos, porque las cosas que acentuaron su culpa podemos verlas también en nuestras vidas (y eso que ahora tenemos al Espíritu Santo, después de una obra ya consumada en la cruz). Esto nos confronta grandemente, porque cuando caemos en pecado, también somos privilegiados, pues se nos ha concedido estar en la familia de Dios; hemos sido advertidos por las Escrituras y, muchas veces, en nuestras oraciones hemos jurado que nos esforzaremos por no caer. Esa mirada del Señor debería retumbar en nuestras cabezas cada vez que pecamos.

En mi vida ahora también alumbra con mayor potencia la restauración del Señor, porque Él nos ha prometido que no nos rechazará si lo buscamos arrepentidos, y el apóstol Pedro es muestra de ello. Sin embargo, debemos cuidarnos de no caer en la tentación de la superioridad. Cuando vemos que otros cometen pecados que nosotros no hemos cometido, podemos caer en el error de creernos mejores que ellos. Porque, aunque no neguemos al Señor como lo hizo Pedro, hay otras maneras en que lo hemos negado con nuestros actos.

Al ver la vida de Pedro, también resalta la diferencia que el Espíritu Santo hace en su ministerio. Vemos que aquel que negó al Señor frente a una criada, ahora predica con denuedo, convicción y poder, sin importar si está ante una multitud, las máximas autoridades o si quieren asesinarlo. Esta verdad es maravillosa, pero también golpea fuerte y profundamente nuestra vida, porque es una muestra de lo que debería ser el cambio en una persona bendecida con el don del Espíritu Santo. En otras palabras, no tenemos excusa. Si no estamos mostrando un mayor nivel de santidad, conocimiento y piedad, la culpa es solamente nuestra, porque el mismo Espíritu que dio firmeza y denuedo a Pedro es el mismo que habita en nosotros. Con esto no quiero decir que tengamos la capacidad de hacer milagros o generar doctrina como un apóstol, pero sí que no tenemos excusa para no crecer poderosamente en las Escrituras y en denuedo en la predicación. La vida de Pedro también nos enseña que, si estos poderosos hombres de Dios cayeron en pecados de tal gravedad, cuánto más deberíamos cuidarnos de nosotros mismos y aferrarnos cada vez más a los pies del Señor.

CONCLUSIÓN

El apóstol Pedro es, definitivamente, el líder de la iglesia primitiva, caracterizado por una personalidad impetuosa, fuerte y, en ocasiones, imprudente. Sin embargo, contaba con la confianza del Señor, al punto de ser considerado uno de los tres discípulos más cercanos a Él, entre los cuales también tenía prominencia.

Vemos que era un hombre que confiaba grandemente en sí mismo. Dio grandes declaraciones sobre la persona del Señor, pero también tuvo graves afirmaciones y conductas que le acarrearon fuertes reprensiones. Sin embargo, pudo sentir la purificación en su ser por medio de la obra y la corrección de nuestro Señor Jesucristo.

Es evidente la humildad, la mansedumbre y el avance en madurez de Pedro cuando el Señor lo restaura. Este liderazgo se potenció al máximo con el cumplimiento de la promesa en Pentecostés, forjando a un apóstol poderoso en las Escrituras, lleno de denuedo para predicar el evangelio que se le encomendó al ser llamado “pescador de hombres”. En el apóstol Pedro podemos ver un espejo para nuestras vidas, que nos confronta con sus caídas y también con su restauración. Cada vez que caemos en pecado, podemos acordarnos del perdón que él recibió, y así se sumará más fuerza a nuestro levantarnos. La vida del apóstol nos deja sin excusa, y ahora deberíamos preguntarnos: ¿somos como el Pedro humilde, manso y poderoso en las Escrituras, o como el Pedro imprudente y autosuficiente? Quiera Dios ayudarnos en este peregrinaje a crecer cada día más en conformidad a la imagen de Jesucristo.

 


Referencias.

  • Walls, A. F., Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología. Libros Desafío.
  • Manser, M. H. (Ed.). (2012). Diccionario de temas bíblicos. Logos Bible Software.
  • Gish, J., Barry, J. D., & Wentz, L. (2014). Diccionario Bíblico Lexham. Lexham Press.
  • Ventura, S. V. (1985). Nuevo diccionario bíblico ilustrado. CLIE.
  • Gómez, S. (2003-2017). La vida del apóstol Pedro
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