¿Por qué permite Dios el sufrimiento? Una mirada a la disciplina divina.

La disciplina divina siempre forma al creyente

Last Updated on octubre 25, 2025 by Anthony Molina

Nuestra época se caracteriza, entre muchas otras cosas, por un rechazo a ciertas clases de disciplina hacia nuestros hijos, sobre todo si estas conllevan aflicción, dolor o la experiencia de firmes correcciones. Por ejemplo, la disciplina que conlleva corrección física a los hijos es vista de manera negativa, a tal punto, que los expertos en el tema consideran que esta puede dañarles emocionalmente. Claro, aquí no estamos hablando del maltrato de padres abusadores hacia sus hijos, pero la realidad es que cada vez es más delgada la línea que separa la correcta disciplina del abuso físico y psicológico. Por supuesto, no vamos a desviarnos del tema hacia el cómo ejercer una correcta corrección de los hijos; esta introducción tiene como propósito mostrar que si tenemos una incorrecta percepción de la disciplina y el lugar que esta ocupa en nosotros los seres humanos, entonces tendremos también una percepción y un entendimiento incorrecto de lo que es la disciplina divina.

En este artículo haremos una breve reflexión acerca de la disciplina divina manifestada en Hebreos 12: 5-11 y daremos más luz sobre el tema a través de la vida de Job. Ruego al Señor que este tema sea edificante para usted como lector.

LA DISCIPLINA EN LA ACTUALIDAD

De entrada, para poder abordar el tema de una manera correcta y tener las mismas bases, vamos a definir la disciplina o el acto de disciplinar, pues muchas personas tienen un concepto errado de lo que esta significa, y mucho más si nos referimos a la disciplina bíblica. Disciplinar, según la RAE, significa lo siguiente: 1) el acto de instruir, enseñar a alguien su profesión, dándole lecciones, o 2) azotar, dar disciplinazos por mortificación o por castigo [1]. Claramente vemos dos aspectos diferentes en la definición anterior: una parte instructiva y una parte correctiva, y esta segunda puede llegar a ser, inclusive, de carácter físico.

Estamos en una sociedad de excesos y extremos en muchos asuntos, y la disciplina no se escapa de esta descripción, pues, por un lado, algunos llevan esta disciplina al extremo de violentar y maltratar tanto física como psicológicamente sin siquiera haber instruido, y otro, al extremo contrario de instruir sin hacer ningún tipo de corrección en la conducta y moral de sus hijos, trayendo como consecuencia personas groseras, altaneras y faltas de respeto por la autoridad. Y ni hablar del lugar que ocupa dentro de la sociedad actual el tema de la reprensión física que, si bien nunca es ni será un aliciente para el maltrato, siempre se usan los ejemplos negativos para decir que en ningún caso es necesaria. Por ejemplo, en nuestro país, Colombia, hace un tiempo se aprobó un proyecto de ley que reformó el artículo 262 del Código Civil Colombiano, en el que anteriormente se establecía que:

“los padres o la persona encargada del cuidado personal de los hijos tendrán la facultad de vigilar su conducta, corregirlos y sancionarlos moderadamente” [2].

Aquí se autorizaba el uso de “la palmadita” y el famoso “chancletazo” para la crianza, pero como esto es denominado castigo físico, quedó prohibido a partir de esta nueva reforma a la ley.

Estamos en una sociedad donde el concepto de disciplina está distorsionado por su excesivo mal uso o por la ausencia de este. Por lo tanto, no es de extrañar que muchos cristianos sean ajenos al concepto de disciplina divina como parte esencial de lo que significa ser creyente, pues, como veremos más adelante, la disciplina es un don maravilloso del que no disfrutan los incrédulos, ya que la disciplina divina es un regalo que Dios solamente brinda a sus hijos, quienes están unidos a Él por medio de Jesucristo y de su Santo Espíritu.

LA DISCIPLINA DIVINA

En las Escrituras, la descripción de disciplina no difiere mucho de la definición dada al comienzo de la sección anterior, pues en la Biblia vemos que la disciplina también conlleva un adiestramiento instructivo y correctivo en amor, que tiene como propósito llevar a la madurez al cristiano para que este sea moldeado, fortalecido y perfeccionado en su carácter [3], [4]. Ahora, aunque no difieren mucho en su definición, la disciplina de la sociedad caída sí es diametralmente opuesta a la disciplina divina en cuanto a su origen, pues Dios disciplina a su pueblo basado en Su carácter y por medio de Su bendita Palabra, a través de experiencias e, incluso, por medio del castigo, para que así puedan vivir de forma que le agrade [5], mientras que el hombre pecador solamente ejerce disciplina basándose en su propio parecer y siempre bajo los efectos de su naturaleza pecaminosa.

Para entender correctamente lo que es la disciplina divina, debemos recurrir en algún momento, sí o sí, a Hebreos 12: 5-11, pues en este pasaje encontramos una mina de oro en cuanto a este tema, ya que vemos muchas riquezas que nos ayudan a aceptar (aunque no siempre entender) las dificultades que pueden sucedernos en este peregrinaje como cristianos.

Entendiendo el contexto de Hebreos 12: 5-11 

Para poder entender de manera correcta el concepto de disciplina divina en este pasaje, debemos analizar brevemente el contexto que rodea estos versículos para interpretarlos adecuadamente y sacarle el mayor provecho espiritual. Esta carta a los Hebreos fue escrita para exhortar, animar y corregir a una iglesia que estaba dando marcha atrás hacia el judaísmo, en medio de una fuerte persecución. El autor de esta carta desea que esta iglesia reaccione y se dé cuenta de la torpeza que está cometiendo al querer volver a los ritos que solo prefiguraban la obra de Jesucristo, y también animarla a que vea que las dificultades hacen parte de ser cristiano. El autor hace esta corrección exaltando la supremacía de Cristo, entre otras cosas, sobre todos esos ritos veterotestamentarios, sobre Moisés, los ángeles y sobre el antiguo pacto.

En este capítulo 12, el escritor de la carta, para explicar una verdad, crea algunos paralelismos entre una verdad espiritual y algún acontecimiento o circunstancia terrenal; en este caso particular, lo hace a través de tres analogías: 1) una carrera (mostrando a Cristo como el ejemplo y meta a seguir en cuanto a padecer por causa de la obediencia al Padre), 2) la disciplina de los padres a los hijos y 3) la desunión. La parte que nos atañe es la segunda analogía que usa el autor en este capítulo, a saber, la disciplina de los padres sobre sus hijos como una forma de entender la disciplina divina.

La disciplina de los padres terrenales como analogía para entender la disciplina divina en Hebreos 12: 5-11

Manos de un padre guiando las manos de su hijo en una tarea de carpintería, simbolizando la disciplina instructiva y amorosa.- Foto: IA Gemini.

En esta sección del capítulo 12: 5-11, podríamos decir que el escritor de Hebreos hace una reflexión teológica teniendo en mente Proverbios 3:11-12 (donde un padre disciplina a su hijo), y esto con el propósito de argumentar por qué los creyentes deben aceptar las adversidades como una expresión del amor de Dios. El argumento a grandes rasgos es este:

“así como, para un fin deseado, un padre terrenal emplea algo que el hijo percibe como desagradable, Dios, que merece incluso más respeto que un padre terrenal, disciplina a sus verdaderos hijos para aportarles santidad” [6].

Esta analogía no es la primera vez que se usa en las Escrituras, pues ya Moisés la había usado con la nación de Israel antes de entrar a la tierra prometida en Deuteronomio 8:5:

“Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así Jehová tu Dios te castiga”.

Así que, cuando mencionamos esta analogía, algunos pueden llegar a pensar en aquellos abusos que muchos padres tienen con sus hijos a la hora de disciplinarlos y no entender cómo esto se puede parecer a la disciplina divina. A esto debemos responder que esta analogía no quiere expresar que la disciplina de Dios sobre sus hijos es desproporcionada, descuidada, ni mucho menos injusta; la disciplina divina es santa, justa, buena, sabia y recta. Por lo tanto, así como la disciplina que los padres imparten a sus hijos normalmente debe estar basada en el amor, la disciplina divina también está basada siempre en el amor de Dios sobre sus hijos para conformarlos a la imagen de Su Hijo Jesucristo. Así que todos los creyentes que fueron violentados por la injusta y desmedida disciplina de sus padres, deben estar tranquilos porque la disciplina de Dios es justa y buena, pues brota del mismo Dios que es justo y bueno (Salmo 119:75).

Una dificultad similar puede presentarse para aquellos hermanos que crecieron en una familia disfuncional, por ejemplo, aquellos que no tuvieron una figura paterna en su formación y crecimiento porque su madre tuvo que ocuparse de su sustento y formación, o tal vez crecieron con su padre pero este nunca tuvo una participación activa y positiva en su formación, por lo que puede resultarles complejo la aceptación y entendimiento correcto de la relación padre-hijo. Estos hermanos deben luchar contra la tentación de creer que Dios es similar en esto a nuestros padres terrenales, pues Dios como nuestro padre siempre está al cuidado de nosotros en todas nuestras necesidades (Mt 6:25-34), siempre busca nuestro bien con todo lo que nos acontece (Ro 8:28) y ha dado a su único hijo por nosotros (Jn 3:16). Así que la labor es ver en Dios un Padre modelo en cuanto a autoridad, sabiduría y amor en nuestra formación, la cual incluye corrección e instrucción [7].

Motivaciones y propósitos de la disciplina divina en Hebreos 12: 5-11

Como se mencionó anteriormente, en estos versículos de Hebreos 12 encontramos grandes riquezas que se obtienen de la disciplina divina. ¿Y cuáles son esas riquezas? Bueno, ciertamente no tendremos que escarbar mucho para poder hallarlas. Así que mencionemos: primero, en el versículo 6 podemos encontrar que la disciplina es muestra o señal del amor de Dios, lo cual hace eco de Proverbios 3:12 y de Apocalipsis 3:19: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Segundo, del versículo 7 podemos deducir que el ser disciplinados es una señal certera de que pertenecemos a la familia de Dios en calidad de hijos: “Lo que soportan es para su disciplina, pues Dios los está tratando como a hijos” (NVI). Tercero, de los versículos 10 y 11 notamos que Dios disciplina a los creyentes con propósitos generales bien definidos: santificar, corregir y entrenar al pueblo de Dios. Cuarto, del contenido de la carta en general, podemos concluir que la disciplina divina también tiene un efecto purificador en la iglesia como cuerpo, pues filtra a la iglesia en el sentido de que los falsos creyentes abandonarán la fe a causa de las adversidades y la persecución. Bien lo expresó nuestro Señor Jesucristo en la explicación de la parábola del sembrador en Mt 13:20-21: “Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza”. Pregunto entonces: ¿No son estos motivos y propósitos divinos maravillosas riquezas que brotan de la disciplina?

Es muy cierto lo que dice el versículo 11: que mientras atravesamos la disciplina divina esta no parece agradable, sino más bien dolorosa. Pero el espíritu de este pasaje es precisamente no enfocarnos en el sufrimiento mientras somos disciplinados, sino en el resultado que Dios busca a través de él en nosotros. Recordemos el contexto del pasaje: los receptores de la carta estaban padeciendo una fuerte persecución por el hecho de ser cristianos, causándoles, de una forma u otra, un debilitamiento espiritual. Por lo tanto, el impulso de este pasaje era que los receptores de la carta vieran en estas dificultades la mano amorosa de Dios buscando hacerles crecer en madurez, en santidad y en dependencia de Él. Aquí entonces cobra mucha relevancia el versículo 8, pues, por implicación, podemos concluir que la disciplina de Dios debe y tiene que verse como un privilegio, debido a que esta es única y exclusivamente impartida a los hijos de Dios. Por lo tanto, debe ser un profundo consuelo el sabernos hijos y disfrutar de la corrección y formación de Dios; de lo contrario, estaríamos perdiéndonos en nuestras propias y pecaminosas decisiones, pues solamente estaríamos saciando nuestra satisfacción y no la de Dios.

Frente a estas situaciones difíciles podemos llegar a preguntarnos: “¿pero por qué a mí?”. Esta puede ser una pregunta común y sincera, sobre todo cuando estamos bajo la mano de Dios atravesando por una disciplina divina. Sin embargo, que sea una pregunta común y sincera no significa que esté libre de implicaciones que acusen a nuestro Dios. Es decir, esta pregunta tiene implícita, según veo, por lo menos dos aspectos negativos: primero, que Dios no se preocupa por nosotros, y segundo, en el peor de los casos, que Dios es injusto. Por esta razón es que considero que debemos luchar por poder ver la disciplina y la providencia divina como hermanos siameses, pues a través del control providencial de Dios sobre todas las cosas es como Dios imparte disciplina hacia nosotros, sus hijos.

Es cierto que el contexto particular de los receptores de la carta a los Hebreos es la dificultad experimentada por la persecución, pero precisamente el punto es que cualquier dificultad, sea por persecución, enfermedad, aflicción, etc., debe ser vista por el creyente como una manifestación de la disciplina de Dios hacia nosotros como sus hijos. Así que, para enriquecer nuestro entendimiento de la disciplina divina enseñada en Hebreos 12, detengámonos a meditar brevemente en un ejemplo bíblico muy conocido por todos: la historia de Job.

Representación artística de la profundidad de la prueba como un ejemplo de la disciplina divina a través de la aflicción. – Foto: IA Gemini

Esta historia comienza mostrándonos a Job como un hombre recto e intachable que temía a Dios y vivía apartado del mal; en otras palabras, un modelo de lo que debería ser un hombre de Dios. Job, de un momento a otro, lo pierde todo: sus riquezas, su familia e incluso su salud. Por supuesto, de inmediato surge en nosotros la pregunta: ¿Por qué le sucedió esto a Job, que era un creyente modelo? Vemos pues a Job siendo visitado por tres amigos que, en pocas palabras, conjeturan que si todo eso le pasó a Job era, muy seguramente, porque este había cometido un pecado terrible; algo así como que el tamaño del castigo ha de ser proporcional al tamaño del pecado. La mayor parte del libro vemos a Job discutiendo con sus amigos sobre por qué él no consideraba que esto fuera un castigo divino, pero sus amigos insisten en que Dios es justo y, por tanto, algo malo ha de haber hecho Job si esto le estaba sucediendo. Este hombre de Dios entonces va en una montaña rusa de emociones donde en momentos tiene la certeza de que Dios es justo, pero en otros momentos pone en duda la justicia o el cuidado divino. Job apela a Dios para poder ir a Él y “discutir su caso”, y cuando Dios aparece en la historia, nunca responde a la pregunta del porqué le suceden estas cosas a Job, sino que hace un despliegue de Su sabiduría, cuidado, poder y control providencial de todas las cosas, desde la más compleja hasta la más sencilla de la creación. En palabras más sencillas: Dios nunca da explicaciones.

Con esto, Job reconoce su gran maldad e incluso su gran atrevimiento, y toma la decisión más sabia: taparse la boca y reconocer su gran pecado de desafiar a Dios poniendo en tela de juicio la disciplina divina. Además, termina poniendo en una correcta perspectiva las cosas: Job como criatura que no tiene derecho a objetar y Dios como Creador que siempre ha hecho lo que ha querido. Como dijo Margaret Clarkson:

“No podemos exigir de un Dios Creador soberano que dé explicaciones a Sus criaturas… Dios tuvo buenas y suficientes razones para Sus acciones; debemos confiar en Su sabiduría y amor soberano” [8].

Esta es una historia maravillosa, que conmueve el alma y estremece hasta los tuétanos, pues nos muestra con este ejemplo de disciplina lo osados que podemos llegar a ser al poner en tela de juicio el actuar divino, aun en las dificultades que nos ocurren. Claro, adrede he pasado por alto algo importante de la historia de Job: los eventos que suceden en el cielo y que nos son narrados, como que Dios ha autorizado al diablo a poner en dificultades a Job. ¿Por qué solo hasta este momento menciono esta parte tan importante de la historia? Lo he hecho por dos razones. La primera razón es porque lo más común en nuestro peregrinaje es que nunca sabemos exactamente por qué nos suceden ciertas cosas; es más, esta es la única parte donde se nos corre “el velo celestial” para saber qué está sucediendo en el mundo espiritual, muy probablemente con el propósito de mostrarnos que no necesariamente a los “justos” siempre debe irles bien y, por implicación, que si a un hombre le va bien en todo, tampoco por eso podremos asegurar que aquel está bien ante los ojos de Dios. Lo otro, es que probablemente se nos muestre esto porque quiere enseñarnos que Dios siempre está en control de todo lo que nos acontece, e incluso Satanás no puede hacer nada a menos que así Dios lo desee.

La historia de Job es vital para tener una luz adicional y entender la disciplina divina y el pasaje en cuestión de Hebreos. Las adversidades vividas por los creyentes, sea por persecución o por providencia divina, siempre tienen un efecto positivo en nuestras vidas, así estas situaciones no siempre provengan a nosotros como un castigo por un pecado. Por ejemplo, de Job se decía que era justo en todo, pero con esta disciplina de Dios salió a relucir un pecado oculto en la persona de Job del cual él mismo no parecía percatarse: pretender que merecía una explicación por parte de Dios por la situación que estaba pasando, y sin mencionar la sensación que a veces nos deja, cuando parece dar a entender que tenía cierto sentimiento de haber sido descuidado por Dios o incluso algún atisbo de injusticia en Dios (por lo menos de manera implícita o indirecta). Por supuesto que no estamos señalando a Job como si creyéramos que podemos hacerlo mejor que Él; es más, muchos de nosotros no sabemos siquiera cómo responderíamos ante las situaciones que vivió Job. Pero el punto es que ahora tenemos la revelación completa de las Escrituras que nos enseña que todas las cosas nos ayudan a bien y que la disciplina hace parte de las bendiciones de ser hijo de Dios.

Ahora, además de sacar a relucir pecados secretos en nuestras vidas, también podemos ver como consecuencia positiva de la disciplina de Dios en el ejemplo de Job, que al final tendremos una relación más profunda con Dios, la cual podemos ver en las palabras de Job 42:5: “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven.”

La segunda razón por la que mencioné solamente hasta el final lo que sucede en el mundo espiritual de la historia de Job es porque, así siempre nos mostrara Dios lo que sucede en el mundo espiritual y el porqué de las cosas, nosotros nunca podríamos apreciar a plenitud la bondad de las acciones divinas porque somos seres pecadores y finitos, y no podríamos comprender plenamente la sabiduría y providencia de Dios en el control de todas las cosas con sus complejidades. Bien lo dice la Escritura cuando expresa que los juicios de Dios y sus caminos son inescrutables (Ro 11:33).

En Isaías 55:8-9, por ejemplo, queda más que claro que los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros, análogamente a lo distanciado que están los cielos de la tierra. Por lo tanto, es extremadamente pretencioso, e incluso arrogante, que procuremos que por el simple hecho de saber el porqué de los tratos divinos con nosotros, podremos entonces entender a plenitud las decisiones divinas. Así que de esto debemos aprender que no se puede caer en el error pecaminoso de tratar de responder el “por qué” Dios disciplina a los que disciplina, o que podemos determinar con exactitud lo que Dios está haciendo en medio de la disciplina que hace a su pueblo. Esto sería demasiado pretencioso. Por supuesto, con lo anterior no queremos decir que no deberíamos buscar lo que Dios quiere hacer en nuestra vida a través de Su voluntad revelada en las Escrituras, sino que, con lo anterior, queremos expresar que debemos ser cuidadosos de querer encontrar la voluntad secreta de Dios, pues estas le pertenecen solamente a Él (Dt. 29:29) y es la que finalmente le motiva a hacer las cosas como las hace [9].

Quisiera cerrar el tema con la siguiente historia. Se relata la historia de una oveja que siempre desoía a su pastor y se descarriaba con mucha frecuencia. El pastor por fin se vio obligado a tomar medidas fuertes para que la oveja aprendiera a obedecer. En una de estas muchas ocasiones en que el pastor tuvo que buscar a la oveja descarriada, al hallarla le pegó en una de las patas con tanta fuerza, que el animalito quedó perniquebrado. Después, el pastor recogió tiernamente a la oveja y la llevó al redil, donde le dio la atención médica que le correspondía en esa patita. Durante varios días el pastor, con sus propias manos, dio de comer a la oveja, la acariciaba y la trataba con mucho cariño. Cuando la oveja pudo andar otra vez, cojeaba un poco, pero no volvió a extraviarse. Se dice que siempre andaba muy cerca de su pastor y que lo obedecía en todo lo que le indicaba [10].

Un pastor rudo cargando tiernamente una oveja herida con una pata vendada, simbolizando el cuidado protector después de la disciplina.

CONCLUSIÓN

Es cierto que estamos en una sociedad que no ve con buenos ojos cualquier concepto que tenga que ver con el ejercicio de la autoridad y la disciplina, sea para corregir, formar y, mucho menos, para castigar. Como cristianos en medio de este mundo caído, debemos luchar con esa tendencia pecaminosa de ir en contra de la disciplina divina, en el sentido de no verla como algo positivo para nosotros, como si alguna vez se nos hubiera prometido que al ser cristianos nos iría bien en todo y seríamos felices hasta el día de nuestra muerte o el regreso de nuestro Señor Jesucristo.

Por supuesto que esta corta reflexión sobre la disciplina divina no es un incentivo para correr a los pies del Señor para pedirle que nos traiga aflicción a nuestra vida, sino más bien, es un aliciente a que corramos a los pies del Señor a refugiarnos en Él en medio de sus tratos justos y buenos sobre nuestras vidas, sea por persecución, enfermedad, pobreza o muerte de seres queridos.

La carta a los Hebreos nos muestra en esta sección (12:5-11) que la persecución a causa de haber depositado nuestra fe en Cristo es parte de la disciplina divina, y así esta no sea resultado de un castigo divino por algún pecado, siempre tiene propósitos buenos para nosotros y para la iglesia del Señor.

Como creyentes podemos ver que la disciplina: 1) es muestra o señal del amor de Dios, 2) es una señal certera de que pertenecemos a la familia de Dios en calidad de hijos, 3) tiene propósitos generales bien definidos: santificar, corregir y entrenar al pueblo de Dios, 4) tiene un efecto purificador en la iglesia como cuerpo, pues filtra a la iglesia de los falsos creyentes, 5) saca a relucir pecados que aún pueden ser ocultos a nosotros mismos y 6) trae como resultado una relación más profunda con Dios. 

De historias como la de Job podemos enriquecernos acerca de la disciplina divina. Por ejemplo, debemos dejar la actitud pecaminosa de querer buscar la explicación de Dios del porqué de la disciplina que trae a nuestras vidas; además, porque así supiéramos dichas razones, nunca podríamos comprenderlas plenamente, por lo cual no tenemos los ojos para apreciar absolutamente la bondad y hermosura de las decisiones de Dios.

Quiera Dios que esta pequeña reflexión pueda nutrirnos en algo en nuestro peregrinaje.

 


Referencias

[1] Real Academia Española. Diccionario de la lengua española, 23.ª ed., [versión 23.4 en línea]. https://dle.rae.es/disciplinar#DsHt84Y [13 de may. de 2021].

[2] Correazos y castigo físico a menores quedan prohibidos en el país. (25 de Marzo de 2021). El Tiempo. Recuperado de https://www.eltiempo.com/politica/congreso/congreso-prohibe-el-castigo-fisico-contra-los-menores-de-edad-en-colombia-575712

[3] Edman, V. R. Harrison, G. W. Diccionario deTeología. (Grand Rapids: Libros Desafío, 2006), p. 184.

[4] Manser, M. H. Diccionario de temas bíblicos. (Bellingham: G. Powell, Ed, 2012). Definición 8230.

[5] Íbid.

[6] Guthrie, G. H. Comentario Bíblico Con Aplicación NVI: Hebreos. (Miami: Ed. Vida, 2014). 938. Libro Epub

[7] Íbid. 966-968. Libro Epub

[8] Bridges, J. Confiando en Dios, aunque la vida duela. (Bogotá: Edit. CLC, 2011), p127.

[9] Reflexión personal a partir de la lectura de: Bridges, J. Confiando en Dios, aunque la vida duela. (Bogotá: Edit. CLC, 2011), p130-133.

[10] Lerín, A. 500 ilustraciones (El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 2000). pág.90–91.

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